La limpia piedra aterida con forma de pegollo, sujeta las lágrimas del viento.
Sobre ellas, descansan las vigas fuertes del álamo blanco, o del noble roble… las mismas que sujetan las nieves del duro invierno sobre los tejados de dos, tres, y cuatro aguas.
Las tejas árabes se retuercen con la primavera, con la lluvia fina, mientras las tablas horizontales, cierran las humedades, las angustias, y las hambres de todo el año.
La mies se antoja escasa y separada, la matanza colgada de las perchas del silencio,
Espera a la madrugada para la entrada en la mina.
Las lajas tornaratas anchas, casi amedrentadas y sin entradas, se cuentan a pares por las afueras, y en el centro, se cuela alguna solitaria y solidaria.p>Son los hórreos de Felechas, las despensas de la sobrevivencia.
Son las colondras y los cabrios, los pinachos y las esquineras, sobre los que se posan pájaros en el otoño umbrío;
Mientras el abuelo, sentado sobre la tenodia, ve pasar los días y los ungüentos para tanta lucha y trabajo.
Sobre el subidero labrado a golpes de cincel y maza, la abuela retorna la nostalgia de los hijos emigrados, y por entre sus arrugas, las lágrimas gritan tanta injusticia.
Son los hórreos de Felechas, los que tienen tanta leyenda, y no hay muerte más severa que la del olvido.
¡Padre… ¿qué está haciendo con la navaja y la madera?
-¡Un plato y una cuchara… para el abuelo!…
A los pocos días… -¿Qué haces hijo?
-¡Un plato de madera y una cuchara, para cuando sea viejo… que yo le daré la comida debajo del hórreo, a la sombra de la vida, historia viva!
Felechas, 2 de Agosto de 2014-Toño Morala