El Concejo
El concejo era el órgano a través del cual se regían los pueblos para su gobierno y convivencia interna. En tiempos pasados, fueron tan importantes y con tantas facultades que dejaban al ayuntamiento relegado a un papel de representación, de policía y confirmación de las ordenanzas emanadas de los concejos.
El concejo fue la continuación del municipio romano en la Edad media y ha llegado a nuestros días, aunque a partir del siglo XIX han ido perdiendo importancia y facultades a favor del Ayuntamiento.
El primer concejo del que hay datos escritos fue el de la ciudad de León en el año 1020, que se creó al amparo de los Fueros, dándole ciertos privilegios.
El concejo que ha llegado a nuestros días, estaba dirigido normalmente por el Alcalde y dos Vocales. Antiguamente se nombraba a estos en concejo abierto. Los cargos se elegían por un año y de ordinario se escogía a los vecinos más completos y respetados, que tenían la obligación de aceptarlo y llevarlo a cabo fiel y cumplidamente. Al entrar en el cargo, se les hacía entrega y ellos hacían recibo de todos los bienes de la comunidad.
Lo fundamental en el régimen de los pueblos, después de las autoridades mencionadas, eran las ordenanzas, que cada pueblo tenía para que sirvieran de guía en sus intereses comunes.
Para hacer estas normas, por lo general, se escogía a varios vecinos, media docena aproximadamente, de los más ancianos y respetados, conocedores de costumbres y tradiciones; una vez hechas, se sometía su aprobación en un concejo abierto, en el cual se modificaban si era preciso.
Al llegar la primavera era competencia de este concejo nombrar el guarda jurado que vigilaba los campos y tenía potestad para multar las infracciones, aunque estas fueran ejecutadas a través del concejo.
Otra de las atribuciones del concejo o de las tres autoridades nombradas, era convocar las facenderas o hacenderas, trabajos para el bien común en los que participaban todos los vecinos, tales como reparación de caminos, limpieza de presas de riego y fuentes, hacer camino para la recolección de leña y hoja, conservación de las instalaciones comunitarias (iglesia, escuelas, casa de concejo, caños, etc.).
Eran también los encargados de echar a suertes de hoja en el monte común. Consistía esta labor en marcar un trozo de monte por cada vecino solicitante y una vez marcados se les numeraba, se hacían unos papeles cada uno con un número y, tras doblarlos, se introducían en una boina; cada vecino extrae uno que contiene el número de suerte que le ha correspondido para su corta y limpieza, puesto que hay que dejar talayas para que el monte se recupere en beneficio de las generaciones venideras.
Regulaban el servicio de riego, por horas según la cantidad de terreno a regar por cada vecino.
Abrían los pastos comunes para el aprovechamiento de la cabaña de todos los vecinos cuando era menester.
Convocaban y regulaban las veceras de animales (vacas, burros, cerdos…).
Organizaban batidas de animales dañinos para la comunidad, como lobos, zorros, jabalíes, etc.
En general velaban por el bienestar y armonía dentro de la comunidad que formaba Felechas.